viernes, 20 de febrero de 2009

NACER, VIVIR, PARIR Y MORIR EN LA CALLE

"Sandra Guaianone, una chaqueña pecosa y de pelo castaño tirando a pelirrojo, reside en Puerto Madero, el barrio más caro de Buenos Aires, a metros nomás de departamentos que valen hasta 6.000 dólares el metro cuadrado. Pero su hogar no despierta envidia sino pena: vive en una trapera -imposible denominarla de otra manera- que armó con bolsas plásticas y cartón debajo de un pino en la calle. Allí, ayer temprano, parió a su quinto hijo, una beba deliciosa y de 3,400 kilos a la que llamó Brisa Nicole.

La nena y su madre se encuentran internadas en el quinto piso del hospital Argerich. Ambas están bien y es probable que mañana ya les den el alta. Sandra no maneja otra alternativa que regresar, entonces, a su "casa", donde la estarán esperando sus otros cuatro hijos (Jorge, de 2; Javier, de 3; Elizabeth, de 7; y Jaqueline, de 9) y su pareja, Marcelo López, de 41. El que para la olla es el hombre. "Los fines de semana él cuida coches; capaz que saca 40 pesos y con eso tiramos", relata Sandra (28).

La familia vivía en Florencio Varela. Hace un par de años se les prendió fuego la casilla que habitaban y se vinieron hacia aquí. "Habíamos perdido todo. Hasta la ropa de los chicos", recuerda la señora. Por más que su historia es trágica por los cuatro costados, cuando habla no se lamenta. Tampoco busca generar compasión.

En su ranchito de Puerto Madero su embarazó avanzó. En las 40 semanas de gestación jamás fue a un control prenatal. Estaba convencida, eso sí, que esperaba una nena "por la forma de la panza".

En la noche del miércoles cocinó arroz con tuco en una fogata que encendieron en la plazoleta en la que vive. Y se fue acostar con unas contracciones que le hacían ver las estrellas de dolor. No rumbeó para ningún hospital, dice, porque primero quería romper bolsa.

A las 7 de ayer, cuando aún no había amanecido, le imploró a su pareja que se fuera urgente a buscar ayuda porque sentía que ya estaba por parir. Marcelo salió corriendo y regresó un instante después con cuatro agentes de Prefectura Naval que habitualmente están de custodia en el ingreso al casino.

Cuando los oficiales arribaron, el parto estaba empezado. "Ya tenía la cabecita de la nena afuera", cuenta Sandra. Mientras uno de los agentes despertaba a los 4 nenes y los sacaba de la carpa, los otros se dispusieron a ayudar a Sandra.

La mujer, entonces, pujó dos veces y la beba terminó de salir. Uno de los prefectos tomó a la nena y la puso encima del pecho de la madre. Ninguno se atrevió, ni tenía con qué, a cortar el cordón umbilical.

Al principio la beba permaneció en silencio, lo que preocupó a Sandra, a su pareja y a los agentes de la Prefectura. Pero de golpe pareció tomar una bocanada de aire y se puso a llorar.

Todos reían, felices, cuando llegó una ambulancia del SAME. Los médicos subieron a la madre y a su beba al vehículo y enfilaron derecho hacia el hospital Argerich. Recién allí se cortó el cordón umbilical.

Mientras los médicos del servicio de obstetricia ayudaron a la mujer a expulsar la placenta, los de neonatología revisaban a la nena. Es una beba completamente sana y normal, determinaron.

Clarín visitó ayer a la tarde a la madre y a su nenita en el Argerich. Estaban en una habitación, acompañadas únicamente por la agente de Prefectura María Flores.

Brisa dormía, boca arriba y dulcemente, en una cuna. Vestía un jogging largo de rayas rosas y una remera de manga corta con un dibujo de una ballena. La ropa fue regalo de una familia de un asentamiento ubicado en la Costanera sur.

"¿Qué espero para Brisa? Ya nació sanita, así que no espero nada más", contesta Sandra. Sólo dice, y a insistencia de Clarín, que le harían falta pañales, leche y ropa para la beba. Y con dignidad insiste en que nada más necesita, aunque es obvio que miente".

Ayer nacieron dos bebés. Un principito -el nieto de Maradona- y una mendiga -la nieta de alguien sin contención familiar, ni social-.

Ayer, el milagro estuvo en los dos lados, y mañana, la naturaleza sabrá.

Leí esta nota y me embargo la impotencia, la pena, la bronca.

Sandra tiene 28 años y acaba de parir a su sextra hija.

Sandra parió en la calle, y de allí fué llevada al Argerich.

En el hospital la habrán atendido en silencio, sin siquiera generar un mínimo de espacio de docencia, a fin de que Sandra pueda ligarse las trompas, en el mismo acto en que expulsó la placenta.

Quizás, el año entrante, Sandra esté con 29 años pariendo en la calle a su séptimo hijo. Y serán nueve los abandonados por una sociedad cuyos dirigentes están mirando a otro lado, gobernando para pocos, y llevándoselo todo.

Brisa será una bocanada de aire fresco en un mundo inmundo para ella.

Brisa, quizás, escuche las palabras que con un dejo de dignidad, le transmita su Madre, quien agradeció la salud con la que nació... y ojalá conserve.

Brisa, Sandra, su papá y sus hermanos, seguirán respirando allí, en Puerto Mader, sin siquiera sobrevivir...

Sandra y su pareja, necesitarán pañales para dos -el hermano que sigue tiene 2 años-, leche para todos, un techo para albergarse y la presencia de un asistente social que le diga qué camino puede tomar.

Un cuadro que está más cerca de Tartagal, con idénticas necesidades insatisfechas producto de la misma ineficiencia política, y a merced de la caridad que nazca en cada corazón de quienes se enteren de su existencia.

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